Poe no ha muerto
Félix Molina
Deculturas, 2021
152 páginas
15 €
Uno quiere imaginarse al autor de esta novela, el sevillano Félix Molina, escribiendo en un sótano de la capital hispalense. Uno quiere pensar que este sótano se comunica, por una suerte de hechizo transoceánico, con un habitáculo al otro lado del Atlántico, donde brillan unas resmas de papel. Y que este brillo viaja y se convierte en la luz reverberante de la pantalla del dispositivo donde nuestro escritor trabaja. Porque, de algún modo, la atmósfera del sótano de una casa decimonónica de estilo victoriano en Baltimore se transfiere a algún inmueble andaluz de hoy en día, donde pergeña sus textos el autor de esta obra. Solo así podría explicarse el clima del relato que nos ocupa, masticado con los mismos dientes de la literatura de la que es tributo. Lo que me recuerda, indirectamente, que el proyecto surgió como un folletín por entregas para la revista Masticadores del audaz Juan Re Crivello, donde, de manera infatigable y constante, Félix Molina vertió a lo largo de cuarenta y siete entregas sus textos, y un buen guiso de ilustraciones de su autoría cuyos ejemplos más señalados pasaron a formar parte de este Poe no ha muerto.
En esta historia, un resucitado Edgar Allan Poe hace las veces de títere del ingeniero Alexander London, aglutinador de personalidades dipsómanas, como la del autor norteamericano y cuantos personajes pueblan las páginas del volumen. Lo que suceda con estos protagonistas nos lo desvela una trama en la que sobresalen la relación de Poe con la también exalcohólica Marie Rôget y, en menor medida, con el mayordomo Valdemar, tan extraño como el moribundo del cuento original del escritor de Massachusetts. Un tejido de relaciones que son una vía segura sobre la que habrán de circular los grandes asuntos de la obra, de ambientación gótica y trasunto detectivesco y romántico, cosidos con el hilo fino de la sensibilidad y la necesidad de redención humanas. Porque si algo nos entrega sus escenas es el periplo de nuestras propias luchas frente a las opresiones de la existencia. Así, el alcoholismo de los pobladores del volumen y la tiranía de London se combaten construyendo un dique contra cualquier forma de control malsano ejercido sobre nuestra vida, ya sea este autoinfligido o ajeno, izando el estandarte del amor como salvoconducto para liberarnos. Una liberación personal que es fulcro de la liberación colectiva, pues en esta historia son muchos los indirectamente rescatados del vil tejido de servidumbres desplegado por el ingeniero antagonista. Asimismo, esta historia está salpicada por una serie de relatos intercalados que atestiguan el modo en el que Poe se subyuga a su falso protector, con quien acuerda la prolongación forzosa de su labor escritural, proporcionando al ingeniero, de esta manera, una flamante ristra de textos. Este planteamiento permite a Molina ofrecer un segundo libro dentro del primero, e impregnar la obra con una atmósfera en la que es posible hallar no pocos de los elementos de terror psicológico, sucesos extraordinarios y sobrenaturales, ambientaciones extravagantes y escritura analítica que pueblan la obra del escritor estadounidense. Una serie de nuevos cuentos que el Poe redivivo de nuestra historia escribe para el delirante London y que suponen un ejercicio de recreación del autor de las Narraciones extraordinarias. Así, en el periodístico formato de columna con que en vida el mismo Poe publicara sus historias para la prensa de la época, se recogen aquí una serie de textos con algunas de las señas distintivas más características del autor de Boston. Además de las claves literarias mencionadas, otros aspectos familiares en la escritura de Poe se hacen reconocibles y contribuyen a aumentar la eficacia narrativa y el alcance de la historia como ejercicio de homenaje. Así, gatos, máscaras, letras iniciales, asesinatos, retratos, ambientes envolventes, finales enigmáticos, terroríficos… convierten este libro en un tributo, como venimos diciendo, que nos retrotraerá sin ambages al universo de Edgar Allan Poe.
Todo ello se nos sirve en un lenguaje rico y metafórico que Félix, criado literariamente en los abrevaderos de la poesía ―no en vano el sevillano es autor del poemario Los malditos poetas y de la singular serie Contemas, donde se desempeña con una brillante narrativa en prosa poética―, despliega con atrevimiento y maestría, ofreciendo un fresco de lenguaje que los amantes de las palabras y la expresión pulida disfrutarán como si nadaran en el mar de un idioma tan bravo como embellecido, o ardieran en una hoguera de significantes y significados que crepita jubilosa en el cristal de los ojos lectores. La novela asimismo está precedida por un extraordinario prólogo del profesor y novelista para jóvenes y adultos Eliacer Cansino, que alfombra el acceso a una lectura ciertamente singular.
Escribía Narciso Ibáñez Serrador en su prefacio a las mencionadas Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, editadas en la histórica colección Biblioteca Básica Salvat de libros RTV, que «los hombres necesitamos el terror para asustarnos y sentirnos niños otra vez». Me atrevería a añadir, inspirándome en la Introducción sinfónica de Bécquer ―otro creador de historias atmosféricas de talento incomparable―, cuando argumenta a propósito de los hijos de la fantasía, que el miedo que subyace en los relatos de terror de nuestro volumen nos invita, antes que a cualquier espera de un caprichoso advenimiento del fiat lux, al descenso hasta las oscuras bodegas del alma para proyectar la misma luz sobre nuestras hechuras y emerger tras haber rescatado lo mejor de nuestra naturaleza. ¿Acaso no es esta inclinación a lo imprescindible lo que representa la infancia? Una actitud reivindicada en esta obra de Félix Molina para hacernos comprender que todo pavor es el reverso de un rescate ineludible.